Por Pablo Nardi

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Para ciertos autores, el libro no es más que una porción de texto colocada entre tapa y tapa. La obra es general; si alguien preguntara en qué libro se encuentra más cabalmente al autor, la respuesta sería en todos, o bien en ninguno. Es el caso de Foster Wallace, de Chéjov, y también el de Hebe Uhart, quien publicó más de 20 títulos. No solo porque no hay libros de ella que se destaquen sobre el resto –salvo, tal vez, el cuento El budín esponjoso-, sino porque la búsqueda de la autora de Animales es siempre la misma, sin importar si se trata del género cuento, crónica o novela.

Con algunas variaciones, los textos de Uhart apuntan a la manera en que hablan los personajes, a detectar particularidades a través de la voz. Desde cuentos que consisten casi exclusivamente en hacer hablar español a un turista alemán hasta personajes de pueblo que revelan su idiosincrasia en dichos o refranes, la obra de Uhart consiste en una búsqueda de los distintos niveles del habla, de lo que la palabra dicha a fuerza de costumbre puede revelar de una persona, y aun de un pueblo o país. Por eso, para la autora de La luz de un nuevo día era fundamental que un escritor afinara el oído. Ese y otro tipo de consejos fueron compilados en Las clases de Hebe Uhart (Blatt y Ríos, 2015) por Liliana Villanueva, quien asistió a su taller literario durante diez años. El libro está organizado por capítulos como “La verdad se arma en el diálogo”, “El primer personaje”, “Cómo habla la gente”, y reconstruye las clases de Uhart con fragmentos orales, textos y apuntes que tomó Villanueva.

Maestra del diálogo y fiel a su esencia, Uhart decía que “lo mejor de un cuento son las digresiones, siempre y cuando se sepa volver”. En sus textos operaba la ética de la observación: había que salir a la calle y mirar alrededor, detectar cómo habla la gente, prestar atención a las inflexiones de la voz y en dónde se posan los ojos del interlocutor mientras habla. Lo que se dice al pasar, la palabra sin una función determinada y la digresión gratuita eran las puertas por las que la autora accedía al personaje que hay dentro de toda persona.

Curiosa e incansable, ensayó distintos géneros. Se sintió a gusto con la crónica, forma literaria compatible con su afición a los viajes y a encontrarse con lo exótico, tanto como con el cuento y la novela corta. Si bien comenzó a publicar en la década del ’70, su nombre comenzó a resultar familiar a principios del 2000, con la compilación de sus cuentos completos. Hoy es considerada una de las más grandes escritoras argentinas.

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Pablo Nardi - Crítico literario.